
Alejandro Bercovich trazó un puente entre el pensamiento de Hannah Arendt, la posverdad y la necesidad urgente de recuperar el juicio crítico. Sostuvo que “la democracia necesita a ciudadanos que se atrevan a juzgar” y advirtió sobre el deterioro de la capacidad social para distinguir entre hechos y ficción, un proceso que -según remarcó- abre la puerta a manipulaciones políticas y a una normalización de la crueldad.
Bercovich abrió evocando los 50 años de la muerte de Arendt y la palabra que quedó escrita en su máquina de escribir: juzgar. El conductor vinculó ese debate con el presente, al advertir que “estamos perdiendo el juicio a tal nivel como sociedad, en el cual se está desdibujando qué es lo humano y qué no”.
En ese marco recuperó una idea del actor Marco Antonio Caponi sobre el rol creativo y lo imprevisible en los humanos frente a la inteligencia artificial. Caponi afirmaba que lo que distingue a las personas de las máquinas es “lo que nos hace impredecibles”, una condición que Bercovich consideró vital en tiempos donde el algoritmo parece uniformarlo todo.
Al citar la polémica por un gesto de Elon Musk interpretado como saludo nazi, subrayó que “lo importante es que se debilitó nuestra capacidad para distinguir los hechos de la ficción, para que nos cuestionáramos si confiamos o no en nuestro propio juicio sobre lo que vimos”. Esa confusión deliberada, sostuvo, destruye el espacio común que Arendt consideraba indispensable para construir realidad entre muchos.
A partir de allí, extendió la crítica a los líderes contemporáneos que alimentan esa incertidumbre. Señaló que “Musk y Trump y Milei y toda la ultraderecha… buscan destruir ese espacio común”, al promover un clima donde la verdad pierde peso y donde se equiparan hechos verificables con discursos falsos. También retomó la advertencia sobre los medios: “la imparcialidad no es perder el juicio sobre lo que realmente ocurrió”, marcó al repasar el caso de la BBC y su dificultad para sostener una narrativa basada en hechos frente al ruido político.
Bercovich insistió en que “la democracia necesita a ciudadanos que se atrevan a juzgar”, y llevó esa exigencia al presente argentino: reclamar que “moralmente está mal pegarle a los jubilados todos los miércoles” o que “los magnates que se quedan con todo no tienen derecho a sacarle el remedio a una persona con discapacidad”. Según planteó, recuperar esa capacidad de juicio -personal y colectiva- es la condición para reconstruir un mundo donde la democracia no quede a merced de la crueldad.